viernes, 23 de abril de 2010

Terremoto

¡Terremoto! Salí corriendo hacia la escalera, me apoye en las paredes como si tratara de que no cayeran (estúpidamente). Mire a mí alrededor, a mi familia aterrorizada; como si el fin del mundo hubiese llegado. Las cosas se movían estrepitosamente, mis oídos sentían ruidos de platos, libros y un sin fin de otras cosas más que caían. Todo ésto aumento mi miedo. Las alarmas de los autos y de las casas no paraban de sonar y la completa falta de luz hacía imposible que retornara la calma.
En todo momento creí que la casa no soportaría y caería…
A los pocos segundos, el movimiento cesó, produciéndose el primer respiro de tranquilidad, pero a la vez una enorme ansiedad por descubrir que diablos había pasado realmente. Salí a la calle, estaba colmado de gente y todos mis vecinos se consolaban mutuamente. Algunos lloraban, otros rezaban y otros simplemente miraban.
No había comunicación ni luz, por lo tanto, no habían noticias claras de lo que estaba ocurriendo. La gente rumoreaba los posibles lugares de epicentro y los posibles grados del terremoto; pero nada certero. Luego de toda esta batahola no me quedo nada más que dormirme.
En la mañana, desperté, la luz ya había llegado, así que prendí el televisor y quedé impactada de inmediato, la destrucción fue extremadamente grande y el dolor se respiraba en el aire. Como si todo esto fuera poco, luego de la catástrofe, apareció la peor esencia del hombre, en su estado de desesperación; saqueos y robos a las mismas personas afectadas marcaban lo que era un día negro para el país, mostrando lo duro y terrible que serian los próximos días.
Les digo: “El miedo más grande que uno puede tener, es el no poder hacer nada para evitar una tragedia, el hecho mas oscuro que he vivido acaba de ocurrir, la reconstrucción material y emocional será muy lenta, cruda y triste, pero con una gota de esperanza podremos sobreponernos a esta tragedia”.

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